Fernando González Ochoa, escritor y filosofo antioqueño |
El Centro de Estudios
Vascos de Antioquia quiere compartir con todos nuestros lectores un texto realizado
en 1949 por el viajero norteamericano Michael
Scully, sobre la belleza y modernidad de Medellín, la alegría,
amabilidad y hospitalidad de los antioqueños, sobre el carácter emprendedor de
sus habitantes, la limpieza de sus calles y el progreso industrial, arquitectónico
y en infraestructuras en que se encontraba la hermosa capital de Antioquia.
Este texto cobra
importancia puesto que en él se menciona lo evidente e importante que fue el
aporte de la migración vasca –especialmente en la era colonial– en aquella época
en Medellín y Antioquia entera. También es relevante el hecho de que casi una década
después otro norteamericano, Everet Hagen, publicó una investigación sobre los
factores sociológicos, antropológicos y psicológicos de los colectivos
emprendedores, en este caso el pueblo antioqueño, la cual llamó On the theory of social change, en la
cual lanzó la teoría de que el espíritu emprendedor de los antioqueños se debía
en parte a sus ancestros vascos. Esta idea que estuvo basada en una consulta de
la guía telefónica de Medellín de 1957, en la que Hagen constató que un 15% de
los apellidos de los medellinenses era de origen vasco y que entre los
empresarios era de un 25%, ante lo cual concluyó el científico social
norteamericano que la herencia vasca en Antioquia fue un factor fundamental a
la hora de explicar el gran desarrollo industrial experimentado por esta región
dentro del contexto latinoamericano.
MEDELLÍN: ESFUERZO Y DEMOCRACIA
Háblele usted de Medellín a un agente de viajes y lo
más probable es que necesite acudir a un mapa para poder saber dónde queda. Lo
cual se deba que esta ciudad colombiana no hace esfuerzo ninguno por atraer al
turista, no exhibe valiosos cartelones orlados de orquídeas, con bañistas al
borde de soleadas piscinas, ni hace alarde de su clima perfecto, de su cortés
hospitalidad, de sus tentadoras comidas, de todas las comodidades de la vida
moderna en un medio al que tres siglos han impartido exquisita madurez. Aunque
no los pregone, Medellín posee todos los encantos más otros valiosos haberes:
minas de oro, plantaciones de orquídeas, tierras de café privilegiadas,
industrias que son modelo de eficiencia y un pueblo admirable.
La mejor manera de llegar a esta interesante ciudad
es volar por sobre las altas montañas que encierran casi completamente el
departamento colombiano de Antioquia, cuya extensión es de 75.000 kilómetros
cuadrados. Aterriza el viajero en un largo valle oval donde se extiende
Medellín con su resplandeciente centro comercial ultramoderno y sus barriadas
de techos rojos que van siendo menos numerosos a medida que ascienden por las
verdes faldas de la cordillera. De uno de los más atractivos aeropuertos de Sur
América, el viajero es conducido entonces rápidamente a uno de los mejores
hoteles.
Medellín es ciudad de repentino auge que en diez
años vio aumentar en 100.000 el número de habitantes. Su población total
asciende hoy a 265.000; pero a no ser por la abundancia de nuevos edificios no
podría uno sospecharlo. El tránsito es silencioso: el reglamento urbano prohíbe
tocar las bocinas de los automóviles. Sus Calles son las más limpias que he
visto desde Canadá hasta la punta de Chile; al transitar por las del centro
durante el día se delita uno viendo cómo crecen las orquídeas en los árboles
que las sombrean. Si las recorre por la noche, siente como un acogedor aire de
hospitalidad cuya razón no comprende hasta que nota que en el dintel de cada
puerta hay una luz encendida. Esto también por disposición municipal.
Medellín, situada a siete horas de Miami por avión,
está sólo a 692 Kilómetros al norte de la línea ecuatorial, ero su altura es de
más de 1500 metros sobre el nivel del mar. De ello resulta una temperatura
media de 21 grados centígrados casi constante durante todo el año, es decir, un
tiempo como para disfrutar de la natación durante el día y de la tibieza de los
cobertores a la hora de dormir.
Aquí uno puede reírse de la creencia de que todas
las gentes del trópico son perezosas. Las campanas de las iglesias llaman a
misa todos los días desde las 4:30 d la mañana; las barberías y las tiendas de
víveres se abren desde las seis y a las siete la ciudad toda se halla en plena
actividad. Pero no hay bullicio ni nadie atropella a nadie. La gente lleva al
trabajo sus buenas maneras, su sonrisa y su religión. En la mayor parte de las
fabricas hay un nicho donde se venera la imagen de un santo; en una fábrica de
textiles conté 20 de esos nichos. Pero ello no significa que la solemnidad
piadosa se imponga en todo; éstas son gentes que cantan en las calles, que en
sus charlas de café se muestran alegres y chistosas y que lucen en sus bailes
espíritu festivo y espontáneo. La religión es el factor equilibrante de una
vida feliz.
Byron Canney, que fue a Medellín procedente de
Massachusetts en 1911, con el objeto de atender a las inversiones mineras de su
padre y que desde entonces ha permanecido allí, ilustra este concepto optimista
de la vida con el siguiente relato: El ascensor de nuestra oficina estaba en
reparación el día que don Juan Uribe fue a buscarme. Trepó cinco pisos para
llegar a mi oficina y hablarme, con el entusiasmo de un muchacho, sobre un
proyecto de negocio que con toda probabilidad no empezaría a dar rendimiento
antes de cinco años…y don Juan es hombre de 90 inviernos.
¿Qué es lo que sostiene a esa simpática
civilización? Un hondo sentido del bien común. Dice el industrial Carlos
Echavarría:” Nunca ha habido aquí marcadas divisiones de clases. Hemos tenido
que depender los unos de los otros, concedernos unos a otros iguales
oportunidades de avanzar”.
La empresa textil de valor de 15 millones de dólares
que ha establecido Echavarría es el mejor ejemplo para respaldar su tesis. La
mayor parte de los 13.500acionistas son empleados, pequeños comerciantes,
granjeros, mecánicos, sirvientes. Los 8.000 obreros de la fábrica compran
alimentos, vestidos y otros artículos de primera necesidad a precio de costo en
las tiendas de la compañía y pagan sólo una quinta parte del arrendamiento normal
de sus modernas viviendas. El obrero que completa 25 años de servicio de la
compañía recibe como un obsequio la casa que ha venido ocupando. Muchas otras
industrias proceden en forma análoga.
El territorio de Antioquia fue explorado en 1541 y
el caserío que hoy es Medellín se fundó en 1616. El hallarse tan aislada hizo
de aquella región una especie de refugio para los rudos vascos españoles, pueblo
independiente que no se sentía a gusto bajo los reyes de España. Muchos de
ellos llevaron sus esposas y sus hijos, y aún hoy la veta vasca pura predomina
allí. Pero los vascos encontraron en el territorio una tribu indígena de
civilización adelantada, los catíos. Indígenas y españoles se entendieron desde
el principio, y en vez de conquista de una raza por otra se realizó una
amigable combinación de las dos. Hoy en día es éste el único lugar de los
países indoespañoles donde no se percibe la supervivencia del conflicto oculto
entre conquistadores y conquistados.
Durante 250 años estas gentes vivieron detrás del muro
de sus montañas labrando la tierra para su propia subsistencia y explotando
placeres minerales. El contacto sostenido con el mundo exterior no comenzó sino
con la creciente demanda de café a fines del siglo pasado. Hasta1914 no se
dispuso de la línea de ferrocarril de 193 Kilómetros que atraviesa por un túnel
la cordillera y termina en Puerto Berrio, a orillas del Magdalena, río por el
cual navegan barcos que van al mar. Aún hoy las rutas de salida de Medellín son
largas y tortuosas combinaciones de carreteras, ferrocarriles y vías fluviales.
Con sola excepción de Berlín durante el bloqueo,
esta ciudad puede considerarse como la más dependiente del servicio aéreo.
Hasta 60 aeroplanos por día, la mayor parte
grandes transportes de carga, llegan allí después de pasar casi rozando
las cimas de las montañas. Víveres y gran parte de la producción industrial se
mueven por aire, y por aire van las remesas de orquídeas que se hacen al
exterior.
El antioqueño cuyo osado espíritu de progreso abrió
al fin puertas a Antioquia, es un hombre d sobresaliente estatura y 63 años de
edad, don Gonzalo mejía. En 1909 viajó como joven rico por Europa y quedó
fascinado por la maravilla del día: el aeroplano. La fértil imaginación de don
Gonzalo pronto derivó de allí una idea aplicable a la navegación; se podría
hacer so de pontones movidos por hélices de avión para navegar sobre los
trayectos poco profundos del magdalena en donde los bancos de arena impiden la
normal navegación de buques de calado normal. En Paría y Nueva york gastó cinco
años y una fortuna persiguiendo la realización de ese sueño. En 1915 su
deslizador acuático acortaba ya un 70 por ciento el viaje de la altiplanicie
colombiana a la costa del Caribe; pero entonces la primera guerra mundial
paralizó el tráfico por el río. A la terminación del conflicto el empresario se
hallaba en quiebra.
Mejía tuvo que sostenerse entonces con lo que le
dejaban la enseñanza de idiomas y un negocio de dulces. Pocos años después
había construido en Medellín el primer edificio de grandes proporciones para
hotel y oficinas, en el cual estaba comprendido un teatro para 4000
espectadores; y se ocupaba, a la vez, en producir las primeras cintas
cinematográficas colombianas. Esta incipiente empresa de cine fracasó en la
crisis de 1920, pero la pérdida sirvió para despejar la vía a un proyecto que
Mejía había estado acariciando desde que vio por primera vez una hélice.
Consiguió el capital necesario y formó la que ahora es una de las más activas
líneas aéreas domésticas del mundo.
Desde entonces hasta hoy ha agregado a la empresa
otras dos líneas, una de ellas destinada
especialmente a resolver el problema de abastecimiento de carne para Medellín.
Las mejores tierras ganaderas de Colombia están a distancia de 725 kilómetros
de este centro de consumo, y la costumbre del país ha sido llevar el ganado
caminando a través de las montañas en un viaje de 25 hasta 40 días, lo que
impone un desgaste de cerca de 90 kilos de peso a cada res. Por la Línea de
Mejía se transporta la carne en dos horas, y se lleva no sólo a Medellín sino a
otras ciudades y a los campos petroleros.
La característica que más justamente podría llamarse
común a los habitantes de esta simpática ciudad es un sentimiento de igualdad,
muy semejante al de los cuáqueros. Mejía por ejemplo, es dueño de una compañía
de taxis, y cuando llevó uno para que fuéramos a recorrer la ciudad, me
sorprendió ver el chofer sentado en el asiento de atrás. “No sé todavía a dónde
tendremos que ir; por eso he decidido guiar yo mismo” explicó don Gonzalo.
Cuando nos detuvimos en una esquina, el dependiente
de una tienda cercana, después de mirar sonriendo al distinguido caballero que
guiaba el auto mientras que en el asiento de atrás iba el chofer muellemente
recostado, le grito a éste:
.!Que chofer tiene, joven!.
Don Gonzalo,
el chofer y yo reímos de buena gana.
Ese es el
espíritu de Antioquia… un lugar tan civilizado como cualquier otro que se
encuentre hoy en el mundo.
Autor: Michael Scully, Selecciones del Reader´s
Digest, t. XVIII, n. 106, septiembre de 1949.
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